Bogotá antes y ahora


Hay que decir que como todas las grandes ciudades, esta ha cambiado mucho. Algo que nos recuerda a Manhattan Transfer,  novela que influyó en escritores famosos incluyendo a los del Boom literario en el mundo, donde John Dos Passos mediante sus personajes y en el transcurso de varias décadas, que pueden ser la mitad de la vida de una persona, nos los describe en sus procesos de crecimiento económico y bienestar social, mientras la ciudad también va creciendo, y muchos de ellos aparecen y desaparecen con sus logros personales, mientras otros que llegaron a hacer lo mismo con sus sueños terminan mal en el río Hudson, y que lo mismo de la Bogotá de hoy, que al regresar luego de varios años nos encontramos con las vías en pleno centro atestadas de vendedores ambulantes y calles destruidas como si fueran parte de aquellos pueblos que escritores como García Marquez o Faulkner nos han pintado en sus obras, en que el calor y el polvo son hostigantes, que apenas nos dan tiempo para respirar. Y entonces nos damos cuenta que la ciudad ha cambiado porque a pesar de los edificios y los peatones que uno ve a su paso, ya no existen aquellas cafeterías y locales comerciales que antes había, y que los cachacos que la caracterizaron, son otros,  y que el cambio climático la ha afectado. A pesar del frío que a veces sentimos llegando la noche, creemos en plena vía séptima que estamos en uno de esos pueblos polvorientos donde el espejismo de la miseria siempre está presente, y que como toda ciudad cosmopolita todo cambia de un sector a otro, ya que si nos atrevemos a ir por los lados del Terminal de Transporte y llegando a la Avenida Boyacá, puede parecerse a esos mundos surrealistas que digo, en medio de los puentes peatonales y sus parques que la adornan, realmente se parecen a esos mundos, pues apenas se entiende los dialectos enrevesados y rápidos en medio de una vocinglería en que la realidad nos consume, y aunque uno cree que sus gentes en su mayoría son costeños, nos extasiamos con la presencia de inmigrantes venezolanos que lo mismo que en Manhattan Transfer, tratan de realizar sus sueños en una ciudad trashumante; y aunque se nota la solidaridad entre estos, son apenas los misterios de lo que sucedió con las antiguas cafeterías que conocimos de jóvenes, y que ya no existen. Y ni esta, ni las instancias que vivió Bogotá fueron lo mismo, porque antes era otra, y otra. Y si nos adentramos en lo que antes fue San Victorino aunque sus personajes, algunos sean lo mismo y más viejos, hay otros que reflejan lo que acontece cuando permanentemente esta transformándose, y se siente lo que cualquiera puede vivir cuando se nos ha ido la vida en un instante, y que apenas nos quedan sus recuerdos. En medio del bullicio estridente, en las grandes ciudades, el tiempo siendo el mismo corre de prisa. Los centros comerciales pululan en un ir venir trastocado por las gentes que deambulan, y en medio de esos espejismos que vivimos, apenas reconocemos sus calles, porque si merodeamos por los lados del Kennedy y Patio Bonito,  el antiguo barrio que durante mucho tiempo estuvo inundado por las aguas putrefactas del río Bogotá, ni siquiera se nos parece a lo que conocimos. Lo mismo se puede decir de Suba y sus barrios que ni siquiera se asemejan, porque son urbanizaciones de urbanizaciones, que en algunas partes se parecían a aquellas regiones que conocimos en las películas del lejano oeste en donde la soledad de aquellas contrastaba con sus habitantes en que su presencia le provocaba algo de temor porque seguramente merodeaban esos espíritus que a veces atormentan a los humanos por las miserias donde apenas unas pocas calles hacían vislumbrar al visitante que era mejor emprender un camino tal como en aquellas calles que en pleno centro de Bogotá,  como las que hay alrededor de la Universidad del Rosario o de la Gran Colombia y otras aledañas siguen atestadas de estudiantes y de jóvenes con sus atuendos característicos de los hippies, artistas e intelectuales que siempre abundan en los sectores estudiantiles, de comerciantes de esmeraldas, y tantos otros  que la modernidad nos ha dejado, como aquel café muy famoso en que se fundó un equipo de futbol y que al recorrerlas momentáneamente, el tiempo parece haberse detenido, aunque los personajes que las vivan sean otros, y es posible que en las plazas de mercados todavía se siga viviendo el medio ambiente que tanto lustre le ha dado a los cachacos de cepa, o a nuestros pueblos donde los campesinos van a satisfacer sus espíritus con el derroche del buen vivir en los días de mercado, cachacos o rolos que siempre han sido menos; pero que ha albergado a gentes tan disimiles que si consiguiéramos el mismo centro comercial que estaba en la calle 18 con décima en el momento que cogió fuerza el uso de los computadores y la compra venta de CDs de aquella época, donde también una nueva fuente de recursos humanos subsistía con el surgimiento del negocio de las revistas y los libros piratas, y adonde muchos llegaban a comprar estos libros de editores que con todo el alma se le metían a estos negocios para hacer empresa, y que contrastaba porque en algunos locales también, y mucho antes de la llegada de los venezolanos,  se encontraba con costeños que parecían serlo, pero que eran inmigrantes de regiones lejanas del Africa y de Islas donde su dialecto es el inglés y otros idiomas. Una ciudad que ahora se nos parece irreconocible no solo por sus avenidas y construcciones a donde Ud. siente algunas semejanzas de antaño, con negocios que desaparecieron,  y de los que surgieron al calor de la globalización, y que solo sobreviven las moles de antiguas universidades, iglesias y panteones, la Santamaría y el Planetario Distrital, y teatros que antes fueron el eje de la actividad bogotana en unas calles que los domingos nos entretenían,  y daba gusto ir a ver cómo sobrevivían nuestros personajes incluyendo uno mismo, dibujando a sus congéneres, haciendo malabarismos con los infaltables culebreros que si no la tenían, se la ingeniaban para sacarle la plata a los parroquianos con sus creencias, o aquel que se dedicaba a copiar con sus tijeras sobre un papel, la posible tez de un cliente que creía que era una obra maestra, y lo era. Hoy son otros los personajes y otros también como en el parque de Santander, que en algunas ocasiones ha sido el atractivo, y que con la plaza de Bolívar fueron el surgimiento y desarrollo de una ciudad, que contrasta por su abandono, en la que uno llega creer que allí hay un mayor peligro de lo que uno pudiera vivir por los lados de las Cruces, o por qué no en los barrios como las Colinas, El Lucero Alto, y San Francisco o Ciudad Bolívar, porque de todo hay en la viña del señor. donde buenos y pecadores conviven en medio sus desencuentros, y en que los personajes como la novela de  Manhattan Transfer rondan por ahí, en una metrópoli que diariamente va transformando lo real, lo mismo que sus imaginarios, y los sueños que para muchos todavía no se han realizado, mientras otros murieron en su búsquedas, sin darse cuenta que existen paraísos más vivideros como está sucediendo hoy con New York, y seguramente de aquel sector de Manhattan que obligados por el virus del Corona Virus 19, gentes que seguramente solo han conocido esas calles, y también por su carestía se han ido a vivir a otras, donde se exponen menos a los peligros de la pandemia y todo lo que una urbe grande conlleva, a pesar que el atractivo no es lo mismo que antes, otros la quieren conocer, y vivir allí.

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