La Bogotá que conocí 3.

Estaba muy joven por no decir que niño, y acababa de llegar a una ciudad en que los habitantes por el modo de hablar se distinguían como rolos en gran parte de la población y cachacos en la costa del Caribe porque las palabras y modismos que usaban, la gente sabía que eran bogotanos, y así los conocía todo el mundo. El "Ala cómo estás" y  términos de los cuales no tenía idea, lo mismo que "Sumercé para dónde va", y otras formas de hablar que se confundían también con el de los boyacenses. Una Bogotá que le cambiaba a uno la visión que  tenía de la ciudad de donde había nacido. Es curioso, pero allí supe de lo que es el ladronismo, los cafés de la vida y del morbo y las malas pulgas, los billares y el juego ciencia del ajedrez, como tantas otras entretenciones que los seres humanos nos inventamos y que para la imaginación de un joven no las conocía. En una actividad deportiva de una clase del bachillerato de la Universidad Nacional sería donde conocería el primer robo en la vida. No sabía que los zapatos Corona eran valiosos para los ladrones de la ápoca, así como lo son hoy los de marca que incluso creo que pudieron salir de los mismos compañeros de estudio, o de algún acompañante de estos. Una jugarreta de fútbol organizada por el profesor de educación física en que alguno de ellos robaría sin darme cuenta los zapatos y la ropa que consistía de un vestido de paño, camisa y corbata, mientras practicábamos en  uno de los potreros dentro de la ciudad universitaria, lo que ocasionó que al no encontrarlos, tuviera que salir por la calle 26 a conseguir un taxi vestido con los atuendos deportivos que llevaba puestos, y que gracias a que tenía el dinero guardado que me enviaba mi papá mediante una tía en la pantaloneta que llevaba puesta, pude costear un taxi sin ningún contratiempo; aunque con esa indumentaria en aquellos años con una población atiborrada de trajes de paño por el frío inclemente y con sus mejillas sonrosadas, uno hacía el ridículo y se sentía acomplejado por lo vivido que con los años ante situaciones así  cualquiera se puede preguntar sí en Colombia los estigmas son tan comunes que hasta las mismas autoridades mediante personajes siniestros se encargan con hacer del rumor y la calumnia un espectáculo que sirva para desprestigiar a cualquier persona, o como en los casos que he visto y vivido logran mediante el miedo enloquecer a una persona porque con los años el autor ha concluido que la miseria humana en los pensamientos de las gentes son y han sido parte de nuestros imaginarios sociales. Un recuerdo que a los pocos años me hizo coger terror a asistir a alguna clase en medio de un predio donde podría ser víctima de lo mismo, y que muchos años después lo viviría en Picaleña en Ibagué cuando un agente se puso a hacer practicas del tiro al blanco en frente de un potrero a un lado de la carretera Panamericana en una de las clases que dictábamos en la escuela y que se parece mucho a pesar de viejo a uno que continuamente hace poco salía a amedrentar. Negocios que yo digo de torcidos, en fin. Y para completar luego que mí progenitor me enviara el dinero para comprarlos debido a que un familiar con los que vivía (una empleada del D.A.S. y un mecánico que en alguna ocasión salvó mí vida de ahogarme en "El Salado") me prestara unos zapatos para ir a estudiar, y como ya los tenía vistos en un almacén muy popular de zapatos que quedaba por la avenida Jiménez con dieciocho y cercano de la estación de la Sábana del ferrocarril donde los vendían tan baratos que los de marca quedaban en pañales, pues valían casi a mitad de precio de lo que normalmente costaban. Los compré ocho días después, y comprenderán que para un imberbe el resto del dinero lo utilizaría para otras cosas. Cómo a los ocho o diez días en un aguacero torrencial de esos que se daban quedarían deshechos y con los pies y las medias desnudos andando por esas calles bogotanas hasta donde vivía en el barrio Progreso, aledaño a la estación sexta de policía cuando todavía no estaba cubierto aquel río que hoy es un desagüe  y cercano al barrio Eduardo Santos que lleva el mismo nombre de aquel presidente colombiano cuyo hermano fue conocido como Calibán y conocida como la avenida de "Los Comuneros". Los zapatos habían sido como si fuesen de cartón. Tras el robo donde quedé casi desnudado en una ciudad en que vestíamos de traje de paño y corbata aun siendo niño, había sido engañado por comerciantes que vivían de la estafa. Y muy cerca de donde unos pocos años después sería víctima de un intento de atraco con el famoso paquete chileno en un fin de año que fui desde Ibagué a que el progenitor me diera su respectivo apoyo económico como si estuviera marcado,  y supieran que en esos momentos llevaba dinero. 

Eran los años en que la romería de las gentes se aglomeraban en los teatros que incluso hubo uno por la Caracas llegando a la Jiménez, que cualquiera desde la acera en la calle podía ver el atestamiento de los espectadores para ver las películas, y que tenían que hacerlo de pie porque no había espacio y una silla libre para disfrutar del cine; y muy por el contrario dentro de aquel recinto uno tenía la sensación de que estaba entre personajes que estaban allí no para disfrutar del espectáculo del momento porque con sus diálogos se veían que estaban a la expectativa por ver a quién robaban, pues esos rumores así lo confirmaban, y donde el mismo pueblo había creado esos fantasmas sobre sitios y lugares de interés o del morbo que se inventan sobre las personas, así no sean ciertas, donde se decía que en ese teatro de la Caracas para entrar a ver una buena película tranquilo, había que hacerlo con dos ladrillos en las manos: "Uno para sentarse y otro para defenderse", fuera de las pulgas que eran tan comunes en la Bogotá de entonces que al subirse a cualquier bus urbano o en los recintos cerrados, siempre eran las que terminaban por chupar la sangre de los devotos espectadores del séptimo arte o de los pasajeros; teatros que se distinguían unos de otros por la calidad de las gentes que iban, que siendo de estratos sociales parecidos se distinguían por los grados de peligros a que podían ser expuestos, así como no era lo mismo andar por los lados del barrio Santafé que estar cerca del Jardín del Sur, en las Cruces o el barrio Egipto, o en pleno centro de San Victorino y sectores contiguos como el de la Candelaria, tan diferentes entre si en las que sus gentes se distinguían también a pesar de las malas famas que tenían unos sitios de otros, y que sin embargo, la metrópolis que se gestaba ya denotaba la velocidad del tiempo con que se nos iba yendo la vida. Una ciudad que a diario cambiaba y muy parecida a los que nos cuenta John Dos Passos en Manhattan Transfer sobre New York y que hace parte de lo que conocemos como "El sueño americano" donde en el lapso de la novela sus personajes y el medio ambiente que nos narra sus personajes buscan el sueño de un mejor mundo para ellos y sus familias aunque muchos no lo consigan, lo mismo que sucede en Bogotá que era y es lo mismo para colombianos y extranjeros. Todavía lo sigue siendo: "Un sueño".