La Bogotá que conocí

Llegar a una ciudad como la Bogotá de esos tiempos (1.968) en el gobierno de Lleras Restrepo cuando estaba muy joven y cercano de la adolescencia, a estudiar en una universidad que al entrar era como si estuviera en otra ciudad, y a la que popularmente se conocía como "La ciudad blanca" debido al color de la fachada de todos los bloques de los diferentes edificios de las facultades académicas pintados de ese color, y que hoy con el transcurso del tiempo es conocida como "La ciudad universitaria" o "Universidad Nacional" ubicada y rodeada de inmensos potreros en los tiempos que todavía no soñábamos del cambio climático ni la destrucción del medio ambiente ni el calentamiento global,  y que a la vuelta de más de 50 años hoy por hoy son estos problemas los que más nos afectan cuando ahora la tierra con la misma vida se a hecho más efímera y conocida también como nuestro mundo globalizado. Una ciudad que impactaba ante el visitante por el colorido  del ambiente con ese color grisáceo y oscuro en la mañanas por la niebla que todo lo invadía con el frío que traspasaba hasta los huesos donde no se podía distinguir ya fuera una persona, avenida o arboleda, o automotores y calles en general, a no más de unos cuantos metros, y donde la luces de los carros no permitían orientarnos entre esas calles taciturnas que contrastaban a unas cuantas cuadras o manzanas con el bullicio inesperado y la congestión de gentes enruanadas y con sus vestidos de paño de hombres y mujeres que transitaban al fragor del agite por llegar a sus empleos, o al destino de alguna diligencia personal en que la niebla comenzaba a desaparecer tras el aparecimiento matutino del sol, y que en el centro de esta ciudad se podía distinguir la mole de sus edificios entre las casas viejas con techos de ladrillos que permitían augurar que muy pronto sucumbirían por otras nuevas edificaciones en medio de la estridencia del pitido de los carros o de los gamines que con sus harapos se distinguían por ser muy diferentes a los que hoy conocemos. Una visión en que el tiempo nos despoja de lo humano porque el transcurrir    de nuestras vidas fueron instantes donde el disfrute es momentáneo entre el agite de todos en ese ir y venir de las vidas que contrastaban con ese hervidero de gentes que por la calle 10 entre la Caracas y la Décima florecían las casas prestamistas y negocios de todo tipo donde las tiendas eran favorecidas por una clientela que llegaba de otras partes atraídas por los terminales de los buses en la Avenida Caracas que iban hasta la Avenida Jiménez, e igual o casi lo mismo que la calle Once, la siguiente donde el comercio de cacharros y de lozas mezclados con los de abarrotes y comida de la plaza de mercado que allí había, que con el tiempo sería trasladada por la misma calle hasta la carrera Diecinueve que fue conocida como la Plaza España, y que hoy existe dentro del mercado del comercio mayorista de productos que van desde artículos de consumo popular y  otros provenientes de países lejanos y que hace poco eran venezolanos porque el cambio del dólar lo permitía. Y no es casual que en todo el sector todo este comercio ha estado rodeado también de galguearías de consumo de comestibles populares extranjeros ni que decir de un amplio mercado conocido por productos de todas clases y otros que se presumen falsos porque existen artículos de marca como bluyeans y zapatos que siendo de marca salen baratos. Una vieja historia adonde el primer San Andresito conocido hizo fama porque allí en esos años todo el contrabando que venía de Venezuela y de Maicao llegaba, adonde los candados, las agujas, seguetas, alicates y productos que en su tiempo provenían de Alemania o como el de las fantasías que venían de España y que algunos cómo los anillos o aretes artesanales provenían de Medellín o de la misma Bogotá terminaron provenientes de China aunque antes de aquellos países donde Japón, Corea del Sur, y también de la India serían los proveedores más importante de ese amplio comercio que llegaba a abastecer al San Andresito del barrio San José y cuyo nombre hace homenaje al hospital que allí está establecido. Un barrio que siendo cercano a un emporio comercial de productos extranjeros que dentro de la convivencia existían los fabricantes de monedas falsas y otros artículos de primera necesidad también pirateados, y que con el tiempo se convertiría en el emporio del comercio más grande del país a pesar de lindar entre la pobreza de sus habitantes callejeros y los dueños de aquellas casa que sabían que por su ubicación lo mismo que San Victorino serían los mayores abastecedores de artículos extranjeros y nacionales del país. Hoy esta ciudad es un de la más importantes metrópolis de América y del mundo.